Me levanto
lentamente y me siento en el borde de la cama mientras miro de reojo al hombre
que descansa a mi lado, distante, frío y dormido. Cojo mi espiral de colores que tanto me
gustaba de pequeña y que nunca se movió de mi mesita de noche, lo enredo en mis
brazos y hago que se mueva, arriba y abajo. Abducida e hipnotizada por el
arcoíris que provoca, escucho la respiración agitada de mi acompañante. Se
está despertando. Acaricia mi espalda desnuda y me estremezco. No quiero que me
toque.
-
Buenos días, pequeña. – susurra. Noto su
sonrisa.
-
Hola. – Por un momento creo que he sido
demasiado seca, pero no dice nada al respecto.
Me giro y veo su
dulce sonrisa recorriendo mi cuerpo, sonrío levemente y me levanto para ir al
baño. Cuando llego, me doy cuenta de que todavía sigo jugando con mi espiral de
colores. Qué suerte, él todavía tiene la infancia calada en sus finas tiras de
plástico.
Me miro en el espejo y me siento ¿triste?, no lo sé, tampoco es tan malo como pensaba.
Me miro en el espejo y me siento ¿triste?, no lo sé, tampoco es tan malo como pensaba.
Sigo jugando.
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